¿Qué se necesita para vivir bien nuestra fe cristiana? La fortaleza es una virtud que requiere que tengamos una férrea voluntad ante la tentación y las dificultades mundanas. En otras palabras, se necesitan agallas para vivir la vida cristiana. Pero el valor y la fortaleza no dependen solo de nuestra propia capacidad. Necesitamos la gracia de Dios como fuente principal de nuestra fuerza. El Papa Francisco lo expresó así en una de sus audiencias en abril:

“La fortaleza es ante todo una victoria contra nosotros mismos. La mayoría de los miedos que surgen en nuestro interior son irreales, no se hacen realidad en absoluto. Mejor entonces invocar al Espíritu Santo y afrontarlo todo con paciente fortaleza: un problema detrás de otro, según nuestras posibilidades, ¡pero no solos!”

También en abril la Santa Sede emitió Dignitas Infinita, un documento sobre la dignidad infinita de la persona humana. Reafirma nuestra enseñanza de que la dignidad humana es inherente a cada ser humano porque hemos sido creados por Dios Padre, recreados por su Hijo, Jesucristo y en el Espíritu Santo hemos alcanzado nuestra plena capacidad de reflejar la imagen y semejanza de Dios en esta vida. No nos imponemos esta dignidad a nosotros mismos ni la recibimos de nadie más. Dignitas Infinita cita a Sn. Ireneo: “el hombre que vive” es “gloria de Dios”.  Declara además que:

“Por consiguiente, la Iglesia cree y afirma que todos los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios y recreados en el Hijo hecho hombre, crucificado y resucitado, están llamados a crecer bajo la acción del Espíritu Santo para reflejar la gloria del Padre, en aquella misma imagen, participando de la vida eterna. En efecto, ‘la Revelación manifiesta la dignidad de la persona humana en toda su amplitud’” (Dignitas Infinita núm. 21).

Al escuchar los recuentos bíblicos de la Resurrección de Cristo y al celebrar los sacramentos de la Eucaristía y la confirmación, somos recordados del tremendo amor de nuestro Dios y de cómo este amor se ha extendido a través de la historia de la salvación. Cada miembro de los bautizados está invitado a renovar su fe y su vida en Jesús Resucitado y a ser más cooperativo con el poder del Espíritu Santo que obra en nosotros.

Por gracia de Dios, obtenida para nosotros por Cristo Jesús, y por la cooperación voluntaria de cada fibra de nuestro ser — nuestra fortaleza — crecemos conforme a Cristo y así damos gloria a Dios con nuestra manera de vivir.

Nuestra vida inicia en Dios y esta vida entera en la tierra es un viaje de fe que es un retorno a Dios para toda la eternidad. El Señor ha prometido permanecer con nosotros. Dice el salmista, “Cerca está el Señor de los que le invocan, de todos los que le invocan con verdad” (Salmo 145,18).

Así pues, amigos míos, combatamos con todas nuestras fuerzas, con agallas cuando sea necesario, para alcanzar nuestro pleno potencial para el cual Dios nos ha creado. Invoquemos al Señor para que esté cerca ¡y nos conceda la gracia de vivir una vida que dé gloria a Dios!

Mi fórmula de despedida favorita en la Santa Misa lo sintetiza muy bien: “Glorifiquen al Señor con su vida. Pueden ir en paz.”

Noroeste Católico — Junio/Julio 2024