Han transcurrido algunos meses desde la implementación de Compañeros en el Evangelio en la Arquidiócesis de Seattle, iniciativa que busca habilitar a todos para ser sólidos discípulos misioneros de Cristo. Para ello, debemos reorganizar la vida parroquial y revitalizar nuestros esfuerzos por llevar a cabo la misión de la Iglesia. Hay que alterar un poco nuestras vidas.

Reportes iniciales del impacto en las parroquias revelan resultados diversos. Reuniéndome con el Consejo Pastoral Arquidiocesano, escuché reacciones desde la emoción hasta la frustración, del entusiasmo a los lamentos, del optimismo cauto hasta la confusión. Algunas parroquias organizan eventos para que los feligreses se conozcan y formen un nuevo sentido de parroquia. Otras lo toman con más calma. Otras sienten el llamado refrescante a compartir decisiones y colaborar. Unas más esperan una oportunidad todavía más grande para llamar a todos los bautizados a ser corresponsables.

Nada de esto sorprende. El cambio es rara vez fácil. Son los primeros pasos de un largo viaje que haremos juntos. Deseo recordar a todos que el Señor está con nosotros en este viaje. El Espíritu Santo será nuestra guía, llevándonos por senderos de luz, para convertirnos en la Iglesia que Dios nos llama a ser.

Uno de nuestros diáconos sabiamente me recordó el proverbio, “Confía en el Señor de todo corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia; reconócele en todos tus caminos y él enderezará tus sendas” (Proverbios 3,5-6). Me acordé del Salmo 37, “Confía en el Señor, que Él obrará”. Estos primeros días caminando como Compañeros en el Evangelio son buen momento para recordar aspectos básicos de una Iglesia más sinodal:

• El Espíritu Santo, desde Pentecostés, permanece guiando e inspirando la vida y misión de la Iglesia. Debemos abrirnos a esta inspiración.

• Otro aspecto clave de la sinodalidad es orar más con la Escritura. Sería bueno que todos, en estos primeros pasos de renovación, leyéramos el Evangelio según San Lucas y los Hechos de los Apóstoles. Veamos cómo obró el Espíritu Santo en la vida de Jesús y de la Iglesia primitiva y pidamos la gracia para ser igualmente sensibles a la impronta del Espíritu.

• Orar en medio de cada incomodidad en estos días de cambio. Luego, pensar de qué forma el Espíritu Santo está presente y actuando en medio de esta incomodidad, para traer algo nuevo. Pensemos en la persecución contra los primeros cristianos. Santiago fue muerto y Pedro arrestado. Momentos difíciles en la vida de la Iglesia. Pero, como dicen los Hechos de los Apóstoles, “Pedro estaba custodiado en la cárcel, mientras la Iglesia oraba insistentemente por él a Dios… De pronto se presentó el Angel del Señor y la celda se llenó de luz. Le dio el ángel a Pedro en el costado, le despertó y le dijo: «Levántate aprisa.» Y cayeron las cadenas de sus manos” (12,5.7).

La oración, la Escritura y el Espíritu Santo son los tabiques de la Iglesia, esenciales ahora que buscamos renovar nuestra fe, ¡y llevar a cabo nuestra misión en Cristo Jesús Resucitado!

Otras características de una Iglesia sinodal que conviene emplear, son: dialogar, escuchar a cada uno y caminar juntos. Esto nos ayuda a discernir en oración qué nos dice el Espíritu Santo para poder saber la voluntad de Dios y estar abiertos a ser transformados más plenamente en el cuerpo místico de Cristo, su Iglesia.

Mantengan vivas la fe y la esperanza y avancemos juntos en seguimiento de Cristo.

Este artículo apareció en la edición de octubre/noviembre de 2024 de la revista Northwest Catholic. Lea la edición completa aquí.