Si no hubiera sido vendido como esclavo por sus propios hermanos, ¿habría podido José salvar a su familia de la hambruna? Si no hubiera regresado a Asís en desgracia, como un caballero fracasado, ¿se habría encontrado Francisco de Asís con el Señor en la capilla de San Damián? Si Santa Teresa de Lisieux no hubiera soportado un trato severo en su convento, ¿tendrían el mismo poder sus reflexiones en “Historia de un alma”?

Si tenemos fe, llegará un momento en que las palabras de San Juan Enrique Newman nos hablen poderosamente: “Dios me ha llamado para algún servicio específico. Él me ha encomendado alguna obra que no ha encomendado a otro”.

Esta es la llamada universal a la santidad descrita en Lumen Gentium en el Concilio Vaticano II. Es un reconocimiento de que Dios nos creó a cada uno de nosotros con un conjunto único de dones para ayudar a santificar el mundo.

Sin embargo, cuando ofrecemos estos dones al mundo, no siempre obtenemos la respuesta que esperamos. Sucede también en la Iglesia. Tal vez pensábamos que estábamos llamados al ministerio ordenado, pero no funcionó. La parroquia que nuestros abuelos edificaron con tanto esfuerzo ahora formará parte de un conjunto. No hay suficientes voluntarios que den un paso al frente para mantener su ministerio favorito en marcha.

¿Cómo respondemos? Si seguimos el ejemplo de los santos, confiamos en que el Espíritu Santo encontrará un camino: Nos mantenemos comprometidos, buscamos a Jesús en los sacramentos, estudiamos la fe para limpiar nuestro nublado intelecto, y rezamos como San Francisco, preguntándole a Dios: “¿Qué quieres que haga?” Y así servimos al pueblo de Dios, incluso cuando nos decepcionamos.

Una respuesta madura al llamado de Dios combina la fidelidad de José a los mandamientos con la paciencia de Santa Teresita y la creatividad de San Francisco. Sigue al Espíritu Santo, preparándote para servir ya sea en la parroquia, en tu familia, tu lugar de trabajo o tu comunidad. También reconoce que el servicio debe santificarnos a nosotros mismos tanto como al mundo entero. No se trata solo del trabajo que realizamos, sino también de desarrollar nuestro carácter para que nuestras familias, amigos y comunidades puedan encontrar a Cristo a través de nosotros.

Si hemos sido bautizados, podemos estar seguros de que Dios nos llama a servir. Respondamos a ese llamado renovando nuestro compromiso de crecer en la fe, la adoración y la oración. Respondamos aprovechando la oportunidad de crecer en el servicio en la vida parroquial. Respondamos preguntándole a Dios cómo quiere que lo demos a conocer a nuestra familia, lugar de trabajo y comunidad.

Finalmente, pase lo que pase en nuestro servicio, tomemos en serio estas palabras de San Juan Enrique Newman con respecto a los planes de Dios para nosotros: “Él no me ha creado en vano. Haré el bien; realizaré Su Obra. Seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en mi propio lugar, sin ninguna otra intención que guardar sus mandamientos”.

Northwest Catholic – Abril/Mayo 2024