V ivimos este Año de la Oración preparándonos para celebrar en plenitud el Jubileo Ordinario en 2025. Tiempo este año no solo para orar intensamente, sino para aprender más acerca de nuestras formas de oración con el fin de hacerlas más fecundas.

Una forma de oración que nos distingue a los católicos es dejar una veladora encendida ante un altar. Ya sea directamente frente al Santísimo Sacramento o ante una imagen de la Virgen o de algún santo para implorar su intercesión.

Es preciso no hacerlo como una práctica supersticiosa, sino como lo que es en verdad: una expresión de que nuestra oración perdura en tanto que la flama de la veladora arda y su cera se consuma, prolongando nuestra plegaria cuando no podemos estar más orando en persona ante un altar.

Cada vela es un reflejo de esa luz que vino de Belén a la oscuridad de nuestro mundo.

Como la luz de la vela alumbra la oscuridad, pidamos a Dios que nuestra existencia se alumbre a través de la vida de Jesús, que es Buena Nueva para la nuestra.

La vela nos recuerda el bautismo, el inicio de nuestro camino con Cristo y nuestra llamada a la vida eterna.

Las velas no pueden rezar, pero hacen que nuestra plegaria reverbere. Personalmente, me fascina encender una veladora y quedarme largo rato contemplando su flama y haciendo de esa experiencia sublime una oración:

Señor, enciendo esta vela.

Quizás no sepa exactamente qué es lo que debería rezar.

Esta vela es un poco de lo que tengo

 y un poco de lo que soy.

 

Te pido que, a través de su flama, me ilumines

en mis dificultades y en mis decisiones.

Te pido que a través de esta flama, abrases tú mis male

 y pueda surgir de ellos algo bueno y nuevo.

Te pido que, con esta flama, calientes mi corazó

 y me enseñes a amar.

 

Delante de mí, arde esta vela.

Su flama intranquila a veces tiembla, a veces crece, a veces se hace pequeña.

Así como a veces tiembla, se engrandece y se empequeñece mi vida misma.

Te pido que encuentre siempre la tranquilidad en ti.

 

Que, así como esta vela me ofrece luz y calor,

te pido que yo también me convierta

en una luz para el mundo

 

La vela mengua, se derrite y se consume sirviéndome,

haciendo perdurar mi oración.

Te pido que yo también sepa consumirme,

gastando mi vida sirviendo a los demás,

derritiéndome de amor en ofrenda a ti.

 

Otros vendrán y, de la flama de mi vela, encenderán la suya propia.

Te pido que de mi vida, otros puedan encender la llama de su fe,

la llama de su esperanza, la llama de su amor.

 

Ya no puedo quedarme orando en esta iglesia,

pues la vida afuera me reclama.

Con esta vela, permanecerá aquí un pedazo de mí mismo

que yo te presento como una ofrenda.

 

Recíbela y escucha mi oración mientras esta vela se consume.

Amén.


¡Apasiónate por nuestra fe!

Este artículo apareció en la edición de octubre/noviembre de 2024 de la revista Northwest Catholic. Lea la edición completa aquí.