“Glorifiquen a Cristo Señor en sus corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a quien les pida dar razón de su Esperanza; pero con mansedumbre y respeto.” – 1 Pedro 3,15

¿Lograremos algún día con nuestra fe y testimonio cambiar las mentes de los líderes mundiales y convencer a todos de nuestra hermandad en esta aldea global y vivir en paz aun con nuestras diferencias?, o ¿somos simplemente ingenuos soñadores que despertaremos en algún momento desesperanzados?

Jesucristo, siendo carpintero, escogió a pescadores, recaudadores de impuestos, soldados, maestros y prostitutas, para ser sus voceros. Desde entonces, Él sigue convenciendo a hombres y mujeres de todas las culturas de la grandeza del amor de Dios por los humanos en quienes confía.

La inteligencia artificial en todos los campos de la sociedad sigue dando pasos asombrosos, pero, a la raíz de todas las decisiones, está siempre la conciencia humana que tiene que discernir qué es lo mejor y correcto en cada circunstancia de la vida.

Una máquina no podrá substituir los sentimientos de una mujer al ver a su recién nacido después de experimentar los dolores del parto. La tecnología jamás quitará las lágrimas de quien está junto al lecho de un ser querido moribundo; la robótica no puede suplantar la alegría interior de un corazón que se sabe perdonado de sus errores recibiendo con ello la oportunidad de crecer aún con las burdas cicatrices de su arduo aprendizaje.

Ningún aparato creado por el ser humano llegará nunca a experimentar la alegría infinita de descubrir el don de la mano de un amigo que me ha hecho expandir los horizontes de mi existencia individual y me ha transformado en un nosotros. 

La Palabra de Dios se hizo hombre para mostrarnos la belleza insondable de los sentimientos que son un reflejo de los sentimientos de Dios, que sufre con cada hombre que vive en el error o que se alegra con cada uno que ha encontrado finalmente la paz. No había nada artificial en el nacimiento, vida y muerte de Jesús, que con ello nos enseñó el contenido de la Resurrección, siempre inefable.

Disfrutemos de los maravillosos alcances de la inteligencia humana, al tiempo que caemos de rodillas embelesados porque el Creador de todo sigue suscitando compasión ante la injusticia, la enfermedad o la temible soledad.

Los creyentes no somos ingenuos. Somos hombres y mujeres buscando con toda nuestra inteligencia cómo responder a los interrogantes de nuestro complejo mundo. Los creyentes somos Carlo Acutis, Thea Bowman, Conchita Cabrera, Dorothy Day y miles más que han puesto su fe en las acciones y deseos de su corazón que late al unísono con el de Jesús, que se regocija al ver nuestra búsqueda sincera de ser sus imitadores.

Que María, la mujer que nos regaló con su fe la entrada a la inteligencia de Dios, nos guíe en este camino. Ella supo entender con su inteligente corazón que, para el Todopoderoso, nada hay imposible y que nuestra sapiencia humana es solo una gota en el océano de su Sabiduría.

Este artículo apareció en la edición de octubre/noviembre de 2024 de la revista Northwest Catholic. Lea la edición completa aquí.