Nuestras sociedades miden el éxito o fracaso con estándares prácticos de utilidad y efectividad. Los cristianos evaluamos nuestra misión con los parámetros de Cristo que exclama en la cruz: “todo está consumado” (Juan 19,30).

En nuestro mundo, el éxito cambia en todas las áreas de nuestra vida. Lo que es incuestionable siempre, es la fidelidad. Los cristianos no estamos llamados a ser exitosos, sino a ser fieles: “Ustedes son los que han perseverado conmigo en mis pruebas” (Lucas 22,28).

Los expertos en cualquier disciplina son los que han perseverado hasta convertirla en parte natural de su vida. Así también son las virtudes cristianas.Los santos son los que por años han practicado el servicio, el perdón, la gratitud, la paciencia, la contemplación, o la humildad en todas las circunstancias.

Jesús alaba al siervo que es fiel en lo poco haciendo sus deberes y nos advierte del riesgo del retorno inesperado del amo (Cfr. Mateo 24,50).

La Fidelidad es una meta sorpresiva. ¿Cuánto tiempo esperó Simeón para ver la llegada del Salvador en brazos de María? ¿Cuánto esperó María para ver a Jesús empezar su vida pública revelando al mundo su misión? ¿Cuánto esperará Jesús para ver crecer en nosotros el Reino que nos envió a establecer?

El Señor Jesús sabe que necesitamos ver frutos en nuestro trabajo para perseverar. La fidelidad no otorga trofeos triunfalistas, simplemente da al fiel la paz de haber cumplido con lo que se le encomendó (Cfr. Lucas 17,7.).

El Padre de familia que regresa a casa con la satisfacción de haber cumplido con proveer para el bienestar de su familia; la mamá que guía, protege y escucha a cada uno de sus hijos en la búsqueda de su lugar en el mundo, confiando en que su labor transformará a sus hijos en hombres y mujeres dichosos y seguros por el mundo; el amigo que acompaña convencido de que esa amistad le dará fuerza para superar los obstáculos; la oración de los creyentes que imploran al Creador que ilumine los corazones de los que viven en amargura y no pueden ya descubrir una sonrisa alentadora.

En los Juegos Olímpicos de México en 1968, John Stephen Akhwari de Tanzania, maratonista que se lesionó durante la carrera, llegó al estadio cojeando en último lugar y más de una hora después de que ya se habían entregado las medallas. Cuando se le preguntó que lo había impulsado a continuar en la carrera, contestó: “Mi país no me envió a 5000 millas para comenzar la carrera, me enviaron a 5000 millas para terminarla” y agregó: “Si comienzas a hacer algo, termínalo o mejor no lo comiences”.

El Señor nos envía a cada uno a perseverar hasta el final de la carrera con el único trofeo del deber cumplido. María, José y los santos son nuestros modelos. “Convencidos de que el que inició en nosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús” (Filipenses 1,6).