El Espíritu les enseñará todo (Juan 14,26)  


Observando la prontitud con que los animales recién nacidos aprenden las destrezas para su vida, confieso que me considero un ser de lento aprendizaje. Frecuentemente vienen a mí memorias de mi niñez, cuando mi madre decía: “¿Cuántas veces tengo que repetir la misma cosa?”

Enseñando a sus discípulos, Jesús mismo se exaspera de su lenta comprensión y de tener que repetir su doctrina muchas veces para que finalmente sea captada. “¿Hasta cuándo estaré con ustedes?” (Mateo 17,17).

Empapado en nuestra humanidad, Jesús sabe que su Padre nos ha regalado el tesoro de nuestra libre voluntad y por ello tiene que ser muy paciente, y acompañarnos largo tiempo en el camino de la vida, para enseñarnos todo y guiarnos a la verdad completa con su amoroso Espíritu (Juan 16,13).

¿Cuánto tiempo me llevará el aprender finalmente que, más allá del color de la piel, la lengua, o las maneras de pensar y de vivir, todos somos hermanos e hijos del mismo Padre? ¿Será que la pandemia me hará aceptar mi fragilidad y me llevará a vivir intensamente cada momento con los que están a mi alrededor?

El Espíritu Santo es un maestro paciente, pero es un maestro de fuego. Con el fuego de su sabiduría quiere iluminar todos los aspectos de nuestra humanidad que están aún en tinieblas. Seguirá repitiéndonos que el mundo es solo uno y es la casa común, por mucho que sigamos construyendo fronteras y confeccionando pasaportes.

El fuego de ese divino maestro seguirá quemando las heridas causadas por la ignorancia y el error hasta cauterizarlas y haber aprendido de las horrendas cicatrices. El fuego de ese sublime pedagogo seguirá calentando los corazones hasta hacernos entender que todo hombre o mujer necesita lo mismo que yo, discípulo renuente: un poco de ternura, compañía, espacio, aliento, gratitud y paz para aprender a ser plenamente humano.

El Maestro quiere enseñarnos todo, pero como buen maestro, sabe respetar nuestro ritmo. Quiere despertar en nuestra mente y corazones el deseo de aprender y no solamente de seguir las instrucciones. Quiere que anhelemos la verdad completa, que aún espera a ser descubierta por cada uno.

El Espíritu Santo, Maestro de fuego, transformó a los cobardes discípulos en audaces misioneros capaces de hablar una lengua nueva que todos entendieron: la lengua del amor, y un amor tan grande que está dispuesto a dar la vida para enseñar esa verdad y que sea una lección inolvidable.

María, la madre de Jesús, dócilmente aprendió la lección del Maestro de Fuego. Ella se dejó guiar por el divino Pedagogo para contemplar embelesada la verdad completa del amor sin límites ni fronteras que ella misma tendría que transmitir a su hijo Jesús. Si bien Jesús era un discípulo, estoy convencido que como buena Madre le repitió la lección día con día, hasta dejarla grabada en el corazón de su Hijo con el fuego inextinguible del amor divino.

¡Ven Espíritu Santo! ¡Enciende en nuestros corazones el fuego de tu amor!

Noroeste Católico – Junio 2021