A quien se encuentra con Jesús le sucede como a todos los enamorados. A partir de ese momento, todas las demás circunstancias de la vida pasan a segundo término. Esa experiencia colma de armonía, pero trae división a su interior y ve todo desde una nueva perspectiva.

El enamorado de Jesús tiene nuevos valores: “Ha encontrado una perla, por la que está dispuesto a vender todo lo que tiene por conseguirla” (Mateo 13,45). Los santos y santas de todos los tiempos son vistos como gente rara porque han hecho cambios radicales que los demás no entienden, pero que en el interior del enamorado tienen perfecto sentido. Era lo que buscaban con fervor.

Por la persona de Jesús, miles de discípulos han creado, a lo largo de los siglos, por toda la tierra, nuevas formas de caridad, de perdón y armonía: en escuelas, hospitales y lugares de encuentro con otros seres humanos. Ellos han superado barreras de raza, cultura, lengua o estrato social.

Esa dinámica ha llevado a los discípulos de Jesús a denunciar formas de vida que hasta ese momento no eran percibidas como injustas, pero que el Maestro divino hace descubrir con su Sabiduría: Epulón y Lázaro a su puerta (Lucas 16,19); “El que quiera a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10,37), “Que todos sean uno como tú Padre y yo somos uno” (Juan 17,21), “Ama a tus enemigos” (Lucas 6,27).

La dependencia total de la providencia de Dios de Francisco de Asís, las pequeñas acciones con mucho amor de Teresita del Niño Jesús, el contemplar y participar en los sentimientos del corazón de Jesús de Conchita Cabrera de Armida y Margarita María Alacoque, el celo misionero hasta los confines de la tierra de Daniel Comboni, el discernimiento del Espíritu de Dios de Ignacio de Loyola... Todos estos y miles más se transformaron en signos de unidad y división, impulsados por el amor divino encarnado en Jesús.

La vida y mensaje de Jesús son tan altos y profundos que sobrepasan nuestra inteligencia e impulsos naturales.

Dios está presente siempre en nuestro mundo y en especial en nuestros corazones, aun cuando no respondamos con prontitud. Seguirán surgiendo en todo tiempo y lugar hombres y mujeres que nos ayuden a escudriñar el corazón y la mente del Creador, que ama a los suyos.

Cuando llega la luz, todo lo que está manchado sale a relucir y hace manifiesta la urgencia de la limpieza. Jesús es la luz del mundo y el agua de vida que renueva toda existencia. Los cristianos no podemos dejar que en el mundo viva nadie en la obscuridad o muera de sed interior. Es nuestra privilegiada misión ofrecer al mundo a Jesús como respuesta.

María acogió con dolor el anuncio de Simeón de que Jesús sería un signo de contradicción, al descubrir las intenciones de los corazones, como una espada atravesando su alma, (Cf. Lucas 2,34.), pero eso mismo sería salvación para todos los que, como ella, proclaman el amor y la sabiduría del Altísimo.

Northwest Catholic — Agosto/Septiembre 2024