En mis andanzas a lo largo de los años, he tenido oportunidad de visitar una alfarería en Duerma, Italia, cerca de Asís, así como el taller Belleek en Irlanda. En ambos sitios, fue fascinante mirar a los alfareros tomar un trozo de arcilla, colocarlo sobre la plataforma giratoria y comenzar a dar forma al barro para volverlo en una obra de arte. Al contemplarla, era casi como si la arcilla tuviera inteligencia propia mientras los artesanos usaban sus dedos para darles forma cuidadosamente. Los artesanos agregaban agua de cuando en cuando a la arcilla para que permaneciera maleable y húmeda, pues nada puede hacerse con el barro seco. Una vez completada la obra, se colocaba en un horno ardiente por largo tiempo antes de ser pintada y acabada.

El problema con esta analogía, por supuesto, es que un trozo de arcilla no tiene nada qué opinar al respecto. Nosotros somos distintos en que, debido a nuestro libre albedrío, podemos resistirnos a la obra que el Divino Alfarero realiza en nuestras almas o podemos cooperar con su gracia y dejarla obrar en nuestras vidas. ¿Cuál será esta? ¿Cuántas veces en nuestras vidas hemos sentido las manos de Dios trabajando en el barro de nuestras almas, modelándolas? ¿Cuántas veces nos hemos resistido al afán del Divino Alfarero? ¿Cuántas veces hemos sentido como si estuviéramos dentro de ese horno siendo puestos a prueba por el fuego?

Nos encontramos en los meses iniciales de vivir la experiencia de cómo van tomando por fin forma nuestras familia parroquiales con Juntos en el Evangelio. ¿Cuántos de nosotros nos estamos adaptando a nuevos horarios de misa y estilos de dirección? Pienso en la broma, “¿Cuántos católicos se necesitan para cambiar un foco?” La respuesta humorística es la objeción, “¿Cambiar?, ¿cambiar?” El cambio puede a veces ser bienvenido y otras, puede ser complicado. Sin embargo, acoger el cambio es a veces necesario para un pueblo de fe. Preguntemos a los hebreos cómo viajaron a través del desierto hacia la Tierra Prometida. Preguntemos a los apóstoles una vez que Jesús ascendió a los cielos dándoles el mandamiento de hacer discípulos de todas las naciones. La afirmación de Isaías me viene a la mente, “Señor, tú eres nuestro Padre, Nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero, la hechura de tus manos todos nosotros” (Isaías 64,7).

Al desarrollarse Juntos en el Evangelio en los meses y años por venir, si continuamos acogiendo la filosofía de la sinodalidad del Papa Francisco, escuchando a cada uno de verdad, tengo fe en que miraremos atrás y veremos que los dedos del Espíritu Santo trabajaban con la arcilla de nuestras vidas. En especial si no nos olvidamos de ser caritativos con quienes nos rodean y no nos olvidamos de los pobres y los marginados en nuestras comunidades.

Amigos míos, Dios ha visto ya en el futuro la forma que pueden llegar a tener nuestros trozos de barro y ha visto una obra maestra. Todo lo que se necesita de parte nuestra es que acojamos los dedos del Divino Alfarero en nuestros corazones para modelar la arcilla de nuestras vidas.

Northwest Catholic — Agosto/Septiembre 2024